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ESPECIAL

 

 

 

 

Osvaldo Rivera Riffo

Para nadie es un misterio que trabajé en el Gobierno Militar y de ello me siento orgulloso y jamás arrepentido.

Tenía tan solo 27 años, había terminado mis dos carreras universitarias y trabajaba en la universidad y en una institución privada para la formación y desarrollo de técnicos agrícolas.

Fui llamado por Miguel Kast, a la fecha ministro director de Odeplan (Oficina de Planificación Nacional) para integrarme junto a otros destacados jóvenes profesionales (hoy Parlamentarios, Ministros o Alcaldes) en los equipos que organizarían los distintos procesos del desarrollo del país, impulsado por el Gobierno de las Fuerzas Armadas.  Éramos jóvenes con grandes ideales, en quienes la autoridad ponía toda su confianza y así se fueron articulando un sinnúmero de proyectos e iniciativas que le dieron vida al nuevo proceso productivo y de desarrollo institucional del país.

Fue un periodo en que reinaba la mística. Nunca nadie puso como condición ni el horario de trabajo ni mucho menos el monto de la remuneración.

Salíamos a provincias a implementar medidas o proyectos y sin mayor problema dormíamos en albergues o casas de buenos anfitriones que en dicho lugar hacían el trabajo que nosotros planificamos en Santiago para dicha Provincia o Región. Era esa fuerza interior llamada mística la que impulsaba nuestro deseo de hacer grande a Chile.

Un día escribí una columna en un diario de circulación nacional y critiqué la política de comunicaciones que desarrollaba el Gobierno dando ejemplos concretos. Pocos días después fui invitado al gabinete del Presidente Pinochet, fue la primera vez que lo veía personalmente y solo.

Me impresionó su calidez caballerosidad, sencillez e inteligencia.

Luego de preguntarme varias cosas de carácter personal, laboral e incluso social, socarronamente me dijo: -mostrándome el diario con la página de mi columna- ¡Así que tú escribiste esto!  Un tanto sorprendido le contesté que Si... pero rápidamente salí del asombro y le agregue... que si no le gustaba lo sentía mucho pero era lo que yo pensaba. Ese día nació una relación de confianza y de especial afecto mutuo que perduró hasta su muerte y que hoy atesoro como una experiencia inolvidable.

Pretencioso seria decir que fuimos amigos, pero si cercanos y sinceros.

Él me dijo: si tú crees que las comunicaciones son malas arréglalas tú, la crítica es siempre fácil y sobre todo si hay interés políticos de por medio. Le conteste:  ¿y qué quiere que haga? Preséntame un proyecto de acción pero inmediata y fue así como conocí al Presidente de la República. Me relacione directamente con él, lo que por cierto causaba mucha molestia como suele ocurrir en palacio, y no faltaba el comentario mal intencionado o la intriga para sacar a este joven lo más lejos posible, ya que tenía la osadía de hablar sin cortapisas con el Presidente.

Conocí a Pinochet de cerca como gran Estadista, como Historiador y Ser Humano, y aquilaté la grandeza de la cual están hechas estas escazas figuras que han sido llamadas a traspasar los umbrales de la historia.

Con una sencillez abrazadora se metía la mano al bolsillo y me pasaba una “luca” para el taxi, cuando hasta muy tarde nos quedábamos trabajando en su despacho.

O cuando otra vez, trabajando una entrevista que le hacía un medio extranjero, entró de improviso su Edecán y le comunicó que su perrita preferida había parido 5 cachorros… sin siquiera titubear me preguntó ¿Quieres un perro?

Yo sin pensarlo le contesté que sí. Tres meses después llego un vehículo a mi casa con un canasto donde venía el regalo de Augusto Pinochet y una carpeta con toda la genealogía del cachorro y la recomendación del nombre.  Como era primera camada el nombre tenía que comenzar con “A”. Era hembra, por tanto le puse Alfa, del alfabeto griego que significa comienzo.

Si comienzo, comienzo de conocer a un hombre extraordinario, de una lealtad sólida, de un compromiso inquebrantable, donde no importaba su persona... ¡importaba Chile! como objetivo superior.

Esta pequeña historia no sólo me llena de orgullo sino que me da fuerzas, mientras Dios me lo permita, para defenderlo de la maledicencia política, del odio con el cual se han llenado paginas a nivel mundial.

Y sin embargo ahí está su imagen y su obra impertérrita, traspasando las fronteras de la trascendencia.  Ahí está el Estadista que yo conocí personalmente, ahí está el hombre que se adelantó a la historia para derrotar al comunismo y para encabezar una revolución que le ha cambiado la cara a su patria.

Ahí está el hombre al que muchos le han dado vuelta la espalda o han traicionado, pero es el destino de los grandes héroes… Estoy cierto que igual que a aquellos, la historia le tiene reservado el sitial con que su pueblo finalmente lo sabrá reconocer.

 

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