"No parece haber una buena disposición hacia la coexistencia pacífica con los otros creyentes."


El que no cree en Dios, creerá en cualquier cosa. Así lo pensó Chesterton, así lo experimenta hoy la humanidad.

¿En qué otras cosas han creído los terrícolas a lo largo de su multimilenaria historia?

En personas, por supuesto. En faraones y en otros muchos monarcas recientes, que han sido divinizados contra toda evidencia de su mortalidad: Lenin y Stalin; Mao y Kim Il-sung; casi entró Castro.

En partidos, también. Los jacobinos intentaron guiar a las masas revolucionarias mediante el culto al Ser Supremo, pero fueron guillotinados; los comunistas trataron de instalarse hasta que llegara el paraíso en la Tierra, pero reventaron como tomate podrido.

En la Tierra, finalmente. Es el último invento y, al mismo tiempo, es el más antiguo de todos. El pagano, el que ama la tierra, viene manifestando desde hace milenios su fe en ríos y en mares, en volcanes y en glaciares, en animales y en bosques. Que hoy vuelva a desplegar su culto no implica novedad alguna.

Y es que la Tierra corre con gran ventaja, porque las personas y los partidos decepcionan a cada rato: ahí hay demasiada libertad y mucho defecto; es eso que llamamos humanidad. Pero la Tierra, nos dicen, no falla. Ella Gaia, Pachamama, es maternal y perfecta. No pide más adoración que la que se le quiera dar, no protesta, no se rebela, sufre los daños que se le causan con un silencio ejemplar.

Hoy padece especialmente en una de sus dimensiones, el clima, y los que le rinden culto se duelen de ese daño (a los que creemos en otro Dios, tampoco nos gusta lo que está pasando, pero por distintas razones).

Ese dolor de la Tierra, ese clima alterado, ese futuro incierto son los fundamentos sentimentales para que haya surgido un neopaganismo, para que presenciemos el desarrollo de una renovada religión.

¡Bienvenidos al mundo de los creyentes, ustedes, adoradores de la Tierra!

Pero es importante que sepan que esta incorporación tiene sus requisitos: tienen que dar razón de lo que creen, especialmente en el mundo de hoy, en que todas las religiones están bajo estricto escrutinio.

Sus problemas no son menores: se los dice un creyente de una religión dos veces milenaria; es una aportación gratuita, ciertamente.

Tienen que solucionar el problema entre libertad y determinación. Deben aclararnos si creen que hay en la Tierra una fuerza infalible que terminará imponiéndose o quizás la libertad humana pueda alterarla. Al fin de cuentas, deben declarar quién es superior: ¿la persona humana o la Tierra?

Además, como toda religión, deben plantearse el problema de la trascendencia. ¿A dónde nos dirigimos los humanos? ¿Estamos destinados a ser simplemente abono para otras especies o tenemos un fin distinto? ¿Para qué diantres es importante custodiar el medio ambiente, el clima? ¿Para que vivamos 80 simpáticos años y nuestros descendientes 90 agradables años? ¿Eso satisface al humano?

Por supuesto, también quedan pendientes otros temas menores.

La tolerancia, por ejemplo.

Porque de lo que se ha podido apreciar de esta nueva religión, no parece haber una buena disposición hacia la coexistencia pacífica con los otros creyentes, a pesar de que en el mundo occidental se predica la máxima aceptación de unos con otros. Desgraciadamente, lo que se aprecia en los cultores del neopaganismo es poco alentador: manifiestan que los restantes creyentes somos parte de la agresión contra su diosa. Difícil convivencia la que se avecina, entonces.

Y, finalmente, la cuestión sacerdotal.

Ella, sí, la niña esa, está refundando una nueva clase de sacerdotisas. No sabemos si devendrá en una casta de gurús místicos o en una nomenklatura de aparatchiks.

En estas religiones meramente humanas, todo es posible.

Fuente: https://www.elmercurio.com/blogs/2019/10/02/72923/La-religion-de-la-Tierra.aspx

 

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