Gonzalo Ibáñez Santamaría


Como se sabe, el Apocalipsis es el último libro del Nuevo Testamento, escrito por San Juan Apóstol al final de sus días. Es ahí donde él escribe las visiones que tuvo acerca del camino de la Iglesia a través de los tiempos, con todos sus avatares, sus triunfos y las amenazas que la esperaban, como asimismo la visión que tuvo de los últimos tiempos. Para todo, el autor emplea símbolos cuya explicación ha complicado a los teólogos desde los inicios mismos de la Iglesia.

Hoy, sin duda, se nos hace presente aquel relato del Cap. 6 vers. 1-8 que nos muestra el momento en que el Cordero comienza a abrir los siete sellos del libro de aquel “que estaba sentado en el trono”. Al abrir los cuatro primeros, del libro salen cuatro caballos montados por sus respectivos jinetes. El segundo, el tercero y el cuarto son caballos y jinetes de desolación: la guerra, uno; el hambre, el otro; la peste y la muerte, el último. Ellos se abaten sobre la tierra y la castigan sin piedad. Como nos ha sucedido a nosotros en Chile. Comenzamos hace cinco meses, el 18 de octubre pasado, con el estallido de un terrorismo, de un vandalismo y de una violencia extremas, sin parangón en nuestra historia. El gobierno se paralizó y las fuerzas políticas cercanas al marxismo respaldaron esos ataques ensayando de maniatar a las Fuerzas Armadas y de Orden. Carabineros fue el blanco preferido: el calibre de los ataques, de los insultos y de las groserías que recibió dice mucho de quien estaba detrás, el demonio, especialmente cuando las que insultaban y se llenaban la boca de groserías eran mujeres. Fue el inicio de un proceso que nos conducía claramente a una guerra civil.

En eso estábamos cuando salió el otro caballo, el de la la peste y la muerte. En apariencias, detuvo al caballo de la guerra y lo ha reemplazado; pero eso puede ser pasajero. El primero puede retornar a la carga y, entre ambos, provocar la salida del último caballo: el hambre. Va a ser la consecuencia tanto de la guerra que sufrimos como de la peste que nos azota. Por eso, desde luego, debemos enfrentar a los dos primeros caballos. Pero el último especialmente no nos la puede ganar; hoy es el momento de la máxima solidaridad. No podemos quedarnos atrás en el camino de ayudar al prójimo más desvalido y vulnerable. De lo contrario, estamos perdidos, el demonio habrá conseguido su propósito de destruir una nación.

Hemos hablado del segundo, del tercer y del cuarto caballo, los caballos de desolación, de destrucción y de muerte, los caballos a través de los cuales el demonio buscar realizar sus propósitos, destruir la humanidad. Pero, falta el primero, el caballo blanco cuyo jinete lleva un arco y al cual le fue dada una corona. Este, como lo señalan importantes autores, es el mismo Cristo que no se queda atrás y sale al mundo para defender su obra y para vencer al demonio; y que, al final ceñirá en su frente la corona de la victoria.

En este combate no estamos solos. Es detrás de Cristo donde tenemos que refugiarnos y militar para así participar de su victoria.

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29/3/2020