Gonzalo Ibáñez Santamaría




Hace 30 años, el 11 de marzo de 1990, ocurría en Chile un hecho trascendental: se ponía termino al gobierno militar y lo sucedía el primer gobierno civil después de 16 años y medio. El general Augusto Pinochet Ugarte entregaba la banda presidencial a Patricio Aylwin Azócar. Pero ésta no fue una trasmisión de mando como tantas otras que habían tenido lugar en nuestra patria.

Recordemos que los militares asumieron el poder el 11 de septiembre de 1973 porque eran el último recurso de que Chile disponía para sobrevivir como nación independiente y soberana de cara a la intentona marxista, dirigida por el entonces presidente Salvador Allende, para convertirlo en una segunda Cuba y en el hermano menor de la Unión Soviética. Todo ello, mediante la estrategia de la destrucción sistemática de su aparato productivo y la monopolización de todas las actividades sociales comenzando por la educación, la salud y las comunicaciones. Ahí no hubo trasmisión del mando, sino simplemente un acto de asunción del poder político por la Junta de Gobierno debido a que Chile había quedado sin un gobierno que mereciera llamarse tal. De hecho y de derecho, el poder se encontraba vacante. Quien había sido elegido para ocuparlo, Salvador Allende, se había convertido en un usurpador y lo empleaba con fines muy distintos a los que naturalmente le correspondían.

Uno de los que más insistió ante los militares que debían dar ese paso fue precisamente Patricio Aylwin y quien, después de dado, lo defendió con ardor. En 1990, sin embargo, las cosas habían cambiado. Patricio Aylwin fue elegido presidente como candidato de una coalición que, aunque sin mencionarlo expresamente (todavía), renegaba de la legitimidad del pronunciamiento en 1973. Lo hacía bajo el pretexto de condenar los excesos en que había incurrido el gobierno militar en su combate contra la subversión marxista. Pero, en el fondo, apuntaba contra la legitimidad del acto que le dio origen. Si no lo decía expresamente era porque el respaldo a esa legitimidad y al mismo gobierno militar era aún muy grande en Chile.

En todo caso, Aylwin recibió un país pacificado que, de haber estado en los últimos lugares del continente, había pasado a encabezarlo y su éxito despertaba admiración y muchos deseos de imitación. Pero Aylwin, sin perjuicio de una adhesión a la política económica del gobierno militar -aunque no reconociendo su origen- comenzó una paulatina desvinculación con la legitimidad del 11 de septiembre de 1973 que él en su momento tanto había defendido. El primer paso fue la erección de un monumento a Allende frente a La Moneda. Esta estrategia, a lo largo de los años, se vio beneficiada por el apoyo que le fueron dando, de manera creciente, antiguos líderes de los grupos políticos afines con el gobierno militar y que, incluso, habían participado en él en cargos de alta responsabilidad. Poco a poco se fue así generalizando una desafección de los principios sobre los cuales el gobierno militar había construido su legitimidad. Andando el tiempo, esta desafección se proyectó al modelo económico que tanto bienestar había traído al país y a su gente acusándolo de promover la desigualdad entre los chilenos y sin que se alzara ninguna voz de defensa en los partidos organizados, según sus declaraciones de principios, para defender el legado militar. No querían de ninguna manera aparecer defendiendo nada que tuviera que ver con ese legado. En ese mismo espìritu, comenzó la paulatina destrucción de la familia como base de la sociedad.

Fue así cómo el país perdió sus defensas de cara a una eventual nueva agresión marxista. De hecho, no fue de extrañar que el objetivo marxista de la lucha de clases volviera a posicionarse como opción políticamente válida, hasta el punto de quedar en condiciones de provocar una agresión, la que se desencadenó hace 4 meses. Con sorpresa, el país ha descubierto ahora cómo, frente a ella, carece de toda defensa.

Este 11 de marzo marca, pues, el término de la sabiduría política con la que el gobierno militar dejó bien provisto a Chile. Los chilenos hemos permitido que esa sabiduría se pierda y ahora comenzamos a sufrir las consecuencias. Hemos retrocedido más de cuarenta años, a los años cuando el enfrentamiento era la tónica de nuestra vida política.

Remontar este mal momento es el desafío que nuestra historia nos ofrece. Y, para ello, lo primero es tener una visión clara de lo que han sido estos últimos treinta años.

Fuente: https://www.facebook.com/gonzaloibanezsm/posts/2587554934791752?__tn__=K-R

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