Por: Enrique Subercaseaux.
Director Fundación Voz Nacional


¿Cuál es nuestro papel en este asunto?” 
Esperando a Godot.  Samuel Beckett.


 “No perdamos el tiempo en vanos discursos.  ¡Hagamos algo ahora que se nos presenta la ocasión! No todos los días hay alguien que nos necesita.  Otros lo harían igual de bien, o mejor. La llamada que acabamos de escuchar va dirigida a la humanidad entera.  Pero, en este lugar, en este momento, la humanidad somos nosotros, tanto si nos gusta como si no.  Aprovechémonos antes de que sea demasiado tarde. Representaremos dignamente por una vez la calaña que nos ha sumido en la desgracia”.
Esperando a Godot. Samuel Beckett.


Ha sonado el clarín: ha llegado la hora para el cambio en Venezuela.  EE.UU.  junto a otros países han decidido a actuar.  Primero con un bloqueo multifuncional a Venezuela.  Luego, se vera a medida que transcurran los acontecimientos, de lado y lado.

Bastará una chispa para incendiar la pradera.

El caso de Venezuela ha puesto en evidencia que la empatía y la compasión no son cualidades universales en la política mundial.  Mucha discusión y mucha retorica han impedido concentrar el análisis en lo que es realmente importante: es una catástrofe humanitaria de proporciones, que no solo es realidad en ese país, sino que ha rebalsado a toda la región.  Primero, con una diáspora gigantesca, luego con el sufrimiento de quienes quedan allí, que son muchos.  Y para remachas un clavo mas en el ataúd, el Covid-19, que no tiene como ser manejado allí.

La clase política ha fallado miserablemente. Desde luego la domestica. Guaido incluido.  Con ese abuso a la pasión politiquera que es la negociación. Negociación que no ha ido a ningún lado. Y no ha hecho mas que ahondar la crisis interna, y la exportación de la misma a Colombia, Ecuador y Chile entre otros.

Una sumatoria de ideologismo y estupidez, porque es claro que ellos no ofrecen solución alguna.  Es un simple juego de poder.  Algo así como ser los regentes de un gigantesco cementerio, en el cual la gama de grises son los únicos colores, y la sonrisa esta desterrada de su faz macilenta.  Decaimiento que no espera sino un nuevo amanecer.

Pero el proceso de cambio debe ser un proceso de precisión. Gradual, ya que se espera que no falle. Es algo así como la última esperanza.

Son los políticos los que deben encauzar el proceso.  Bien. Es un dado en la vida contemporánea.  ¿Pero... quienes? ¿Cuales?

Los existentes se han dado vueltas y vueltas. Como perros persiguiendo su cola.  Y sigue el segundero avanzando, inexorable. No se puede detener el tiempo, no se puede detener el proceso. No se puede renegar de la historia. Si se puede aprovechar el tiempo del que disponemos. Este tiene una elasticidad infinita. Lo oímos en la gran música, lo percibimos en nuestro diario vivir.

Por eso, en el diseño estratégico del cambio, se habla de un proceso. Sin Maduro y sin Guaido.

Existen otros actores.  Es el momento que den un paso adelante.  ¿Dónde encontrarlos?  Ciertamente dentro de Venezuela. Los que se quedaron, los que armaron una heroica resistencia. Pero también dentro de la diáspora, que abarca millones, desparramados en todos los continentes. Aquellos que han rehecho sus vidas, aquellos que han descubierto nuevos quehaceres y nuevas perspectivas.

De nada vale insistir en lo que no ha funcionado. Un fracaso tras otro que les ha arrastrado a un pozo negro.  Las victimas sedientas solo han encontrado la pestilencia del abuso y el aprovechamiento y han corroborado la ausencia del agua de la vida.  Han corroborado la ceguera de aquellos en el poder. Los que han mandado, y los que no se han opuesto.

La actual pandemia, en este sentido, ha gatillado la necesidad de cambios. De evolución.  La política debe cambiar. Globalmente.  Ha fracasado de manera muy rotunda. Así y todo, el mundo ha evolucionado, ha construido, ha inventado, ha dotado de sentido y de esperanza a sueños, grandes y pequeños.  Estos artífices deben salir adelante, ellos son los llamados a cristalizar los cambios en nuestra convivencia, en nuestro ordenamiento.

Hay que volver a dar las cartas. Hay que cambiar los jugadores.  Con los mismos no podemos mas que esperar trampas y estafa.

Es el gran juego de nuestras vidas: la verdad versus la mentira.

La clase política nos ha engañado. Nos ha destrozado la esperanza. Nos ha prohibido soñar, nos ha prohibido crecer. Se han creído dioses, con minúscula, porque osan dirigir lo que les domina. Sin contemplaciones, sin titubeos.  No contentos con su evidente fracaso en su autodominio, pontifican sobre la conducta mas amplia de los demás.  Están llamados al fracaso, ya que no conocen, o prefieren ignorar, sus limitaciones muy humanas.

Buscan vanamente el reflejo propio en el espejo cóncavo de la creación.  No hay imagen. No hay eco siquiera. No hay mensajero, no hay mensajes del mensajero.  Estamos al fin del camino.

Viene por necesidad el cambio, a partir de una crisis cuyos contornos son difusos, un remezón muy fuerte. Debemos afrontarlo y encararlo entre todos.

Hablaba de Venezuela, pero ahora desperté, muestro mi escrito al espejo y veo que se refleja Chile, y tantos otros países.

La renovación es algo global.  Debemos encararla. ¡Ya!

.