Imprimir

 

 

 

 

Cristián Labbé Galilea


No es muy creativo decir que en la vida hay momentos y momentos. ¿Quién no los ha tenido gratos e ingratos? Esta semana lo comprobé cuando, en un almuerzo con militares, marinos, aviadores y carabineros, los teléfonos empezaron a vibrar. Todos se miraban y me miraban… era evidente que algo pasaba.

En efecto, la prensa estaba informando sobre una sentencia condenatoria de primera instancia en mi contra, con lo cual, en fracción de segundos, un agradable momento se transformó en una incontenible andanada de diatribas hacia quienes han permitido y permiten que se persiga tan alevosamente a los militares.

La tranquilidad que da la verdad y el apoyo de muchos amigos, incluso de connotados políticos, me ayudaron a enfrentar esas horas adversas; sobre todo, me sirvió una reconfortante experiencia que viví mientras esperaba para abordar el avión que me llevaría a Isla de Pascua. Un hombre joven, de algo más de treinta años se me acercó y dándome un sorpresivo abrazo manifestó con entusiasmo “No afloje, Coronel”. Debo haber puesto cara de asombro porque, sin mediar pregunta, agregó: “Es que, sabe, Coronel, yo soy de esos chilenos que disfruta de este país”. Y con más convicción que pasión detalló que había tenido la oportunidad de estudiar en una universidad privada, que se había comprado una casita en lo que ahora llaman condominios, que tenía un auto casi nuevo y que durante las fiestas patrias había viajado al extranjero con su familia…

Aclaró que estaba endeudado, pero que tenía la tranquilidad de poder pagar siguiendo el precepto bíblico de hacerlo… “con el sudor de su frente”.

Mi sorpresa creció cuando dijo que me abrazaba porque era un agradecido de los militares. Si bien su padre, también medianamente exitoso, nunca le había explicado lo ocurrido en nuestro país en la década de los 70, y cada vez que se hablaba de la “dictadura” “prefería quedarse callado o cambiar el tema”, había sido su abuela quien entre susurros le hizo ver la realidad de lo sucedido en esa época.
“…Cada vez que estoy con mi abuela, me susurra: nunca te olvides que fueron los militares los que pavimentaron el camino para que tú seas exitoso hoy…”. Y me confidenció que otro susurro que su abuela le repetía frecuentemente era: “…Muchos de los que estuvieron con ellos ahora les dan la espalda…”.

Como si yo fuera un extraterrestre recién llegado, fue poniéndome al tanto de las principales informaciones que había recibido de la abuela y que él mismo -terminó diciendo- complementó con lecturas propias.

Había que abordar. Le agradecí lo placentera que había sido su charla, entre otras razones porque me había permitido confirmar que lo real no está casi nunca en la prensa, ni en los memoriales, ni en las versiones oficiales, y que a cambio suele encontrársela en el susurro de la verdad, que para este caso fue el susurro de aquella abuela.