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Cristián Labbé Galilea

Mi coloquio semanal con unos cuantos buenos amigos fue monopolizado esta vez por el Cambio Climático y sus ramificaciones. Cambio que, como es obvio, nos tiene hace rato al filo de la paranoia, además de protagonizar en estos momentos la asamblea general de la ONU y disponer de una niña de dieciséis años como guaripola universal o portaestandarte cósmico, a la que medio mundo pareciera admirar.

En ambos temas, el Cambio y la Niña, nos enfrascamos con mis contertulios. Las opiniones partieron siendo muy “políticamente correctas”… Como alguien dijo, “¡Quién podría estar contra lo dicho sobre el Calentamiento Global y quién se atrevería criticar a la ‘niña símbolo’ de esta cruzada para salvar a la humanidad!”.

Que los comentarios tendieran a la emoción y no a la razón fue la evidencia de que la posverdad ha calado hondo. Se asume sin discusión la tesis de que estamos frente a un “nuevo apocalipsis”. Poco se dice, y menos se sabe, sobre cuánto de verdad hay en esos aterradores vaticinios ambientalistas.

Advertí a mis contertulios que las actuales profecías apocalípticas no difieren en lo sustantivo de otras tantas que ha habido siempre, y que posiblemente las habrá hasta el remoto día en que llegue el verdadero apocalipsis… Ellas han sido la obsesión de todas las culturas y religiones; videntes, científicos locos, algún anticristo, falsos profetas, iluminados... hacen malos augurios que por suerte nunca se cumplen, y todo indica que los de hoy correrán la misma suerte.

Quedó claro, con múltiples ejemplos, que el tema del Calentamiento Global, del Cambio Climático o como lo quieran llamar, se escapó del campo científico para ir a dar al político y allí empezaron a tallar “las fuerzas del mal”.

Así fue como llegamos hasta Greta Thunberg, “la niña símbolo”, y a su protagonismo, su discurso, su actitud, su ejemplo para los niños y los jóvenes del mundo. Después de algunas intervenciones más bien “tímidas”, surgieron aprensiones. “¿Está bien que un niño, por muy precoz que sea, le hable en ese tono al mundo, que se dirija en esos términos a los líderes mundiales, que su semblante infantil trasunte tanto odio e intolerancia…? No puede ser que el bien que dice buscar haga tanto mal”.

Terminamos coincidiendo en que había sido tentada, convencida o seducida para asumir, con manifiesta soberbia, el papel de “nuevo mesías” portador de “la luz para la humanidad”. De ahí que no dejara indiferente a nadie con esos gestos de su cara y con esa mirada llameante que sugería una suerte de paranoia más próxima a la “poseída” que a la iluminada.

Nuestras tertulias suelen concluir con una ingeniosidad: esta semana un beato parroquiano fue quien se despidió diciéndonos: “Debería exigirse que a este angelito caído, tan cordialmente invitado por el presidente a la COP25, se le haga primero un exorcismo, a ver si así nos evitamos después apocalípticos dolores de cabeza”.

 

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