Cristián Labbé Galilea


Las pandemias pasan y dejan huellas. El Covid19 no será distinto, sólo que, por estar en sus primeras manifestaciones, vemos sus estragos como algo lejanos. Sin embargo, si bien la muerte no nos ha golpeado muy fuerte, intuimos que, sí o sí, los efectos políticos, económicos, sociales, incluso espirituales y culturales… van a llegar más temprano que tarde.

La sociedad no será la misma. Así ha pasado siempre en la historia de la humanidad. Sólo un ejemplo cercano: después del atentado a la Torres Gemelas, sin ser una pandemia, todo cambió… hubo que recuperar la seguridad, la confianza y proteger al ciudadano… vinieron las restricciones de todo tipo, de los derechos civiles, los controles rigurosos a las personas y sus desplazamientos, la inteligencia invasiva, la afectación a la privacidad… y muchos etcéteras. Imagínese, mi “cuarentenado” lector… cómo será después de esta calamidad.

Habrá nuevos héroes, aparecerán como siempre los “hombres de Dios”: los médicos, los funcionarios de la salud, los bomberos, los militares, y muchos otros, pero también se dejará ver “la miseria humana” con sus cicatrices difíciles de sanar.

Contrario a como actúa el virus que no segrega ni por sexo, religión, raza o posición socioeconómica, aparecerán quienes, en busca de “nuevos dividendos políticos”, no pierden la oportunidad para traicionar a quienes otrora “llamaron y respaldaron” cuando el país vivía momentos de aflicción y peligro.

Imposible, por más que estemos en la emergencia mas grande que ha tenido la humanidad, que esta pluma, que siempre ha privilegiado la prudencia y la paz cívica, no deje explícita constancia de la agresión y discriminación perpetrada contra esos “ancianos soldados” a quienes, privados de libertad, se les niega el derecho a un “indulto conmutativo” que se está otorgando a todos los detenidos bajo riesgo de contraer covid-19.

Convertidos en enfermos terminales, esos viejos soldados son personas que hace 50 años no tenían más de 20, y que cumplían órdenes superiores; hoy, inaceptablemente, son comparados por la autoridad política, con violadores, abusadores sexuales, asesinos y criminales, cuyas desviadas y perversas motivaciones son muy distintas a las de quienes actuaron convocados a defender la patria, su libertad y su futuro.

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No se confunda mi justo lector, esta pluma -como muchos ciudadanos reconocidos- no está demandando nada especial, nada distinto al cumplimiento del sagrado principio de igualdad ante la ley.

Rotundamente, el virus Covid-19 está mostrando su letal efecto; pero bajo este manto de catástrofe se está consumando una impresentable discriminación contra esos viejos soldados, y se está confirmando hasta dónde la miseria humana puede dejar su cicatriz de injusticia, traición y venganza.

Si hoy los soldados, con humildad, han puesto una de sus mejillas para dejar atrás las ofensas, las humillaciones, y los agravios sufridos durante las movilizaciones violentistas, bastante más les costará poner la otra mejilla y olvidar que, en esta oportunidad, la Moneda ha mostrado la peor de sus caras.