Cristián Labbé Galilea


Debo haber sido de los pocos que interrumpieron las tertulias veraniegas para ver el festival… conducta que me costó algunas críticas: ”…estas chiflado, ¿cómo vas a ver esa lesera?... El festival ya no es lo mismo... al que pasa por la puerta le dan una y, si no, dos gaviotas”. A pesar de las maldiciones que recibí, perseveré… Era una buena oportunidad para tomarle el pulso a lo que estaba pasando en el país… “en vivo y en directo”.

Así fue, ¡patético! por decir lo menos… ¡vergonzoso, ordinario, panfletario…!

Mas de 200 millones eran testigos de hasta dónde había llegado la degradación de nuestra sociedad y hasta dónde la politiquería había permeado nuestra realidad, al punto que toda actuación, fuera lo que fuera, tenía que llevar garabatos y mensajes panfletarios.

A tal nivel llegó la degradación del festival que: la Alcaldesa de Viña, primera autoridad del evento, ni siquiera apareció; el jurado, intrascendente; las primeras filas vacías, excepto uno que otro farandulero que, con tal de que lo favorecieran con un “pantallazo”, se reía de cualquier grosería o aplaudía toda referencia política.

Lo grave es que, mientras esto ocurría en el interior de la Quinta Vergara, Viña ardía por los cuatro costados, con una violencia no distinta a la que se repite a diario a lo largo y ancho del territorio nacional (mientras escribo estas líneas arde el Club Social de Lautaro, Región de la Araucanía)…
Peligroso presagio de cómo una feble e hipócrita normalidad nos puede llevar al desastre.

Obviamente no es el festival el foco de nuestra preocupación, sino más bien su condición de barómetro para medir la presión ambiente de nuestra realidad.

En este sentido y, sin querer ser alarmista, me preocupa lo que viene… Escucho a los líderes de opinión decir que, con este clima, difícilmente se podrá realizar con normalidad el plebiscito de abril; escucho a las autoridades económicas decir que la economía, así como va, nos llevará a un fuerte retroceso en el crecimiento; escucho sobre las perdidas de puestos de trabajo… Suma y sigue.

Así las cosas, ¿quién puede estar optimista?... ¿Cómo se explica, entonces, que aun haya quienes crean que, con una nueva constitución, todo se arreglará “de un paraguazo”…?

La respuesta, un tanto tragicómica, la dio un alegre parroquiano que siempre tiene cuento para todo: “…cuenta la leyenda que en la época colonial algunos facinerosos encantaban a los nativos, con brillantes espejuelos traídos del viejo mundo, y se los cambiaban por el rico oro que estos tenían.

De allí el dicho… ‘más contento que indio con espejo’.

Concluyo diciendo: “aquí está pasando lo mismo: .unos cuantos facinerosos están engañando a la gente con “voladores de luces” que no tienen ningún valor…

La tarea nuestra es convencer a los incautos que el real valor de lo nuestro está en: la libertad, el orden y el progreso, que hemos conseguido con esfuerzo y sacrificio… porque no todo lo que brilla es oro…”.

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